la que suena en los mantos de las
mujeres,
la que es copa y noche en las
encinas,
la de las ranas y los caballitos
dorados,
la del portón o arado sumergido.
Es invierno. El viajero sube
en sábado por la avenida vacía,
envuelta en la niebla: ni un alma
a las nueve de la mañana.
Una, dos, tres pasiones lo encienden.
Lo encienden como al tordo la flecha,
como al corazón la escarcha: hace
frío.
Sopla el viento, viejo hechicero.
Maldito viento de las chanzas
del pasado y del futuro.
El desnudo cuerpo de un alce
engaña, otra vez, a los sentidos.
Cómo lloro el perdido almendro
blanco
de fines de febrero, cuando te
arrimabas
era apenas tabaco compartido,
cuando las alimañas
dormían en los pliegues de la
tierra.
Era tiempo de un poco de inocencia,
era tiempo de soledad estúpida,
de trineos corriendo por tu pelo.
Llevabas una bufanda de ciervos, algo así
como un taxi en Alaska, cualquier
chuchería
del rastro o, peor aún, de la
planta baja
del corte inglés. Era lo mismo.
Lo recuerdo bien los domingos
lluviosos,
cuando los ángeles de las
iglesias entristecen
o cuando visito las alamedas de
los parques
vacíos. Tomábamos té, chocolates,
regaliz, niñerías calientes para
tardes frías.
Contigo visité dos o tres ferias:
el tren de la bruja, el lacio
limón
de la ruleta sin premio.
Paseábamos
sin rumbo por las estaciones en
horas inconvenientes.
al fin y nos dio las buenas
noches.
Olía a vino caliente, a cena barata,
caimán, esfera, tea?
Te gustaba hacer crujir las
castañas
del invierno, qué extraño, para
mí
que he ido a recogerlas más allá
del páramo.
Las encendías para mí en tu boca.
Quizá por eso tus besos sabían a pelo quemado.
Me dabas leche con miel y casi siempre
te la aceptaba. Ya sabes,
colmenera,
que sólo es manco el desprecio.
He visto después ángeles hechos
trizas,
copos de puré de patata en el
estómago
de vacas, pero nada de tanta risa
como aquellos bancos llenos de
flores blancas.
Crujían los pétalos al sentarnos,
y el aire era tan frío como
meterse de hielo
un lagarto en los pulmones. No
nos importaban
los coches, las otras hojas aún
no nacidas,
la blanca mañana nevada. Era el
tiempo
de la amnesia consentida, del
viaje
en metro y las enaguas de plata.
PMB