Sería curioso saber, en general,
si las hojas que en el pálido verde
reposan —pequeños ángeles caídos—
testimonio son del áureo zarpazo
de lo salvaje, de lo puro y caótico,
o si son amarillos, desvaídos nombres,
esparcidos, ahijadas letras que corren,
liberadas de su orden, que es libro.
Pero deleitosa es la tarde material,
ambigua como el corazón del tigre,
ardiente como mi amante nocturna.
Y rompen —la hora, el bosque—
el hilo argumentativo, el amoroso,
cálido regazo de tu pecho ajardinado.PMB
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